Arquitectura no se puede separar de los eventos, del porqué de su surgimiento. La arquitectura es de una determinada manera porque responde a un contexto, responde a una idea de un humano que vive en un tiempo histórico determinado y no puede desligarse de aquello.
Para analizar la arquitectura es necesario, más allá del estilo y la forma, enfocarse en el fondo, en el programa, en la historia y el contexto, en el espacio en sí y en los fenómenos que en él ocurren.
La abstracción del pensamiento arquitectónico y la representación de los eventos son lo que dan cuna a esta manera de hacer y entender la arquitectura, comprender que es una traducción o una interfase entre el espacio y el ser humano, es decir, la interacción entre ambos, su relación recíproca.
El problema nace cuando la arquitectura se masifica en forma de imagen mediante las revistas, y así la sociedad la comprende como un ente/ objeto, algo que se mira y se aprecia, dejando de lado que la arquitectura es un fenómeno que se vive y se siente.
Como respuesta a este fenómeno de “arquitectura muerta” nace una generación de arquitectos que aun sigue en pie, la cual toma su escenario social y político, adopta una idea y la representa o manifiesta en la manera de hacer la arquitectura, ya que si entendemos que nace de la interacción entre el quehacer humano y el espacio, se comprende que las maneras y posibilidades de interacción cambian de acuerdo a los conceptos, costumbres y convicciones que cada persona ha adoptado durante su vida.
Así se fue tomando la arquitectura como algo que puede estar presente en cualquier individuo al relacionarse con algún aspecto humano, como lo es la literatura, por ejemplo, ya que a través de ésta se pueden describir una serie de situaciones y eventos, y algunos escritos devenían en una forma casi palpable, casi inevitable de pensar como algo tangible, representable, arquitectónico. Por eso se dice que el despliegue de eventos en un contexto literario sugiere paralelos para el despliegue de eventos en la arquitectura. Pero, ¿hasta qué punto esto puede suceder?
Si los escritores pueden manipular la estructura de las historias del mismo modo en que pueden intercambiar vocabulario y gramática, ¿podremos los arquitectos hacer lo mismo? ¿Organizar el programa en una forma similar, objetiva, despojada, imaginativa?
Si los arquitectos pudiéramos ocupar conscientemente ciertos instrumentos tales como la repetición, distorsión o yuxtaposición en la elaboración formal de las paredes, ¿podremos hacer lo mismo en términos de las actividades que ocurren dentro de estas paredes?
Esto podría llegar a distorsionar las actividades humanas a nuestro antojo.
Así podría establecerse un nuevo diccionario o mapa, un lenguaje que contuviera códigos de movimiento, habitabilidad, relaciones.
Así pasamos de la literatura a la arquitectura, de la arquitectura al dibujo como literatura nueva, traducida, la literatura del movimiento, de la interacción con el espacio.
La arquitectura debe dejar de ser entendida como la construcción de un escenario donde nuestras vidas se desarrollen; la arquitectura es la acción misma del ser, del habitar, del vivir.
lunes, 16 de marzo de 2009
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