miércoles, 18 de marzo de 2009

la arquitectura como comunicación: espacio y movimiento


Si los escritores pueden manipular la estructura de las historias del mismo modo en que pueden intercambiar vocabulario y gramática, ¿podremos los arquitectos hacer lo mismo? ¿Organizar el programa en una forma similar, objetiva, despojada, imaginativa?

Esto no es accidente. Al inicio de los años ochentas, la noción de programa era aun territorio prohibido. Las problemáticas programáticas eran rechazadas y consideradas sobras de una doctrina obsoleta del funcionalismo por aquellos que veían el programa como un mero pretexto para experimentaciones formales y estilísticas. Pocos se atrevieron a explorar la relación entre la elaboración formal y la invención de programas, entre la abstracción del pensamiento arquitectónico y la representación de eventos.

Esto no es accidente. La popular diseminación de imágenes arquitectónicas a través de llamativas reproducciones en revistas prontamente convirtió a la arquitectura en un pasivo objeto de contemplación o en pintura decorativa, en vez de en un lugar que confronta espacio y acción. Espacio y acción.

Esto no es accidente y la arquitectura no es ideológicamente neutra. Un fuerte levantamiento político, un renacer del pensamiento critico arquitectónico, y nuevos desarrollos en historia y teoría desencadenaron el fenómeno cuyas consecuencias aun no conmensuramos. Esta perdida de la inocencia generalizada tuvo como resultado una variedad de movimientos realizados por arquitectos acordes a sus ideas políticas o inclinaciones ideológicas.

Este fenómeno da lugar a nuevos discursos y proyectos. Esto no es accidente. Se propuso una oposición entre las problemáticas políticas y teóricas acerca de la ciudad y la sensibilidad del arte informado por fotografía, arte conceptual, y performance. Esta oposición entre un discurso verbal critico y uno visual sugiere que ambos son complementarios. Discurso verbal y discurso visual. Otros trabajos relacionados al análisis crítico de la vida urbana eran generalmente análisis escritos. Se hacían libros, se editaban, diseñaban, imprimían y publicaban por unidad; por tanto, “las palabras de la arquitectura se hacían el trabajo de la arquitectura”. El rol del texto es fundamental en cuanto destaca algunos aspectos de la complementación de eventos y espacios. Calvino, Kafka, Allan Poe. Exploraciones acerca de intrincaciones del lenguaje y la naturaleza del espacio. El despliegue de eventos en un contexto literario sugería inevitablemente paralelos para el despliegue de eventos en la arquitectura. Contexto literario, arquitectura.

Esto no es accidente. Si los escritores pueden manipular la estructura de las historias del mismo modo en que pueden intercambiar vocabulario y gramática, ¿podremos los arquitectos hacer lo mismo? ¿Podremos hacer lo mismo en términos de las actividades que ocurren dentro de estas paredes?

Organizaciones de espacio convencionales pueden calzar con el más surrealista y absurdo número de actividades. O viceversa: las más intrincadas y perversas organizaciones espaciales pueden acomodar la vida domestica de una familia cualquiera. Disyunción entre forma esperada y uso esperado.

Concientemente propusimos programas imposibles de ser acogidos en los lugares que los acogerían: un estadio en el Soho, una prisión cerca de Wardour Street, un salón de baile en el patio de una iglesia. Al mismo tiempo, temas relativos a las notaciones se hicieron fundamentales: si la lectura de la arquitectura iba a incluir los eventos que allí acontecían, era necesario diseñar modos de notar tales actividades, era necesario mapear el movimiento, el real movimiento de los cuerpos en el espacio. El lenguaje de la arquitectura y el de las paredes son complementarios. La arquitectura se convierte en el discurso de eventos tanto como en el discurso de espacios y el arquitecto debe crear un shock si la intención de la arquitectura es comunicar.

La arquitectura ya no es un telón de fondo para las acciones, trasformándose en la acción misma. Y esto no es un accidente.

Si los escritores pueden manipular la estructura de las historias del mismo modo en que pueden intercambiar vocabulario y gramática, ¿podremos los arquitectos hacer lo mismo?

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